jueves, julio 16, 2009

Me sucedió ayer

Estaba leyendo en el periódico sobre la crisis económica y la abrupta caída de los precios del petróleo. El bullicio en la calle se hace perceptible y me quita la concentración. Salgo. Una niña de unos 14 años pasa comiendo un helado. Le pregunto “que pasa”. Ella me dice que van a ahorcar a alguien. Pongo cara de sorpresa; pienso que la niña está loca. Ella me mira de la misma manera y me dice que ya lo llevan hacia la horca.

Me voy por la calle para ver que sucede. A los lejos veo muchas personas, algunas más caminan para sumarse a la multitud. Camino con ellos; todos se dirigen al parque. Algunos hablan de la horca de tecnología boliviana como si hablaran de fútbol. Debe ser un show, pienso. Al llegar veo una tarima, en ella la horca y el parque lleno de gente. Hay un tipo que tiene la cabeza cubierta con una tela negra, otro con un pasamontañas tiene unos papeles en la mano. Al lado de la tarima hay unas personas tristes: una anciana, una mujer joven y un niño. Están abrazados. La mujer acaricia al niño que desconsolado mira la escena. La señora adulta no quiere mirar; supongo que es la familia.

Sigue llegando gente. Algunas personas salen de un restaurante, otras cierran sus computadores y salen de un café, algunos estacionan sus Segway por el lugar. Muchos escuchan música en sus Ipods. A mi lado hay un señor contando chistes sobre las horcas; no puedo evitar reírme.

Acercan el hombre a la soga. Se la ponen. La familia llora desconsolada. El público mira con indiferencia. Yo empiezo a asustarme. No puede ser en serio, pienso. Sueltan la tabla que lo sostiene. El hombre patalea en el aire mientras la anciana y el niño lloran con más fuerza, desconsolados. Yo me impaciento. La gente sigue mirando y escuchando música en sus ipods.

Veo unas cámaras en el lugar. Respiro un poco. El hombre sigue pataleando. Las mujeres y el niño siguen llorando. La gente mira sin hacer expresión alguna. El hombre deja de moverse. El verdugo lo coge de los hombros y los empuja hacia abajo. El hombre no se mueve. Me vuelvo a impacientar. La gente se empieza a ir. Desarman las cámaras. Los Segways siguen su camino y las otra personas vuelven hacia el café. Estoy asustado y confundido.

El parque queda prácticamente vacío. Unos hombres lo bajan de la soga, lo meten a una bolsa negra y lo montan a una ambulancia. La anciana, la señora y el niño se quedan llorando.

Tengo rabia. Mucha rabia. Empiezo a caminar histérico, a mirar a la poca gente que queda allí. Ellos me miran extraño. ¿Que ha pasado aquí?, pregunto con furia. Se crispan mis nervios por la impasividad de esa gente. Intento calmarme. Respiro hasta diez. No sirve de nada.

Paso unos quince minutos divagando. Me canso. Voy hacia la casa. Me siento en el mueble. Cojo el periódico. Me olvido de todo. Termino de leer.

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1 comentario:

F. dijo...

Sueño sobre ejecución


Me puse en una fila de personas
que exactamente igual que yo
no descubrieron hasta demasiado tarde
que estaban haciendo cola para ser ejecutados.
Por lo demás, hasta entonces, el ambiente había sido excelente.
Habíamos intercambiado cuentos y chistes
repartido cigarrillos y las botellas habían pasado de mano en mano
y el tiempo era estupendo
ni demasiado frío ni demasiado caluroso.

Al verme ante el verdugo le indiqué:
Yo soy el inventor
del aparato que está usando
y hasta podría traerle el número de la patente
si simplemente espera un poco.
Pero no me sirvió de nada.
Mi cabeza salió volando
tras lo que me quedé un ratito mirando
cómo decapitaban
a los que habían estado detrás de mí en la cola.
Todo recién ejecutado exclamaba lo mismo
que por cierto también habían sido mis
primeras palabras en el más allá:
<< ¡Cómo se puede ser tan tonto!
¡Cómo se puede ser tan tonto!>>


de esa manera un sueño
con la ventana abierta de par en par hacia los ruiseñores
y una vela encendida en la mesilla de noche
me proporcionó una nítida imagen sobre
la situación del hombre.

Henrik Nordbrandt (traducción Francisco J. Uriz.)